#33. ¡Hasta siempre, Pilares!
Primera de una serie de derivas dedicada a mi primer trabajo formal, al que renuncié un 14 de febrero
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Cayó el día
No creo en ninguna fiesta comercial pero las llevo puestas en mi ADN consumista. Será por eso que termino celebrando Navidad y Año Nuevo. Y, eventualmente, caigo en Reyes o San Valentín. Eventualmente, digo: lo primero depende si me invitan, en general, mis padres; lo segundo depende si estoy en pareja y si al combo que formamos nos convence celebrar “el amor” en una fecha tan insulsa parodiada con altura por Los Simpsons. Me encontraba suspendido en divagues sobre el 14 de febrero hasta que decidí abrir la agenda para chusmear qué pasaba hoy: PLENARIA.
🎮 Cuando leo un nombre propio, juego…
Plenaria es un buen anagrama del verbo pilarear conjugado en la tercera persona del plural. Ellos pilarean. Si no existe, hoy lo fundo (con su permiso, María Moliner) y defino así:
intr. Realizar actividades en el marco institucional y/o territorial de la Escuela Pilares; 2. Embeber el hacer propio, dentro o fuera de la Escuela Pilares, con el ideario de la institución educativa.
¿Otro juego más? Si cambiamos la “n” por “ñ” tendremos el anagrama pilareña cifrado en el término plenaria.
De izq. a der. Parados: Marce (Inglés), Pancho (Ciencia Política), Aníbal (Artes Plásticas), Cele (Lengua), la escritora Graciela Prieto Rey, Pili (Lengua), Rocío (Música), Lore (directora), yo. Sentados: Cami (Matemáticas), Vero (Historia), Maxi (Biología). Sosteniendo la puerta, una vieja mochila mía, hoy raída.
Puede que el anterior fuera un buen arranque de crónica (un ataque de crónica), pero no es 100% cierto. Yo ya sabía de la reunión del cuerpo docente con directivos en la Escuela Pilares de Sauce Viejo. Mi memoria lo retuvo por dos razones: cayó el día de los enamorados, y sería mi despedida de los compañeros y compañeras de oficio e institución desde marzo de 2016. Con esto quiero decir que sabía. Imposible olvidarlo.
Le dije a Lorena, la directora de la secundaria, que iba a ir (por supuesto) a despedirme de todos. Me juré, que no caería en la fría declaración de cariño por WhatsApp, esperando devoluciones diversas, corazones, para luego calcular el tiempo correcto y, finalmente, abandonar el grupo. Joya. Pero a medida que se acercaba el viernes, empezaba a dudar más y más de mi decisión de despedirme en persona.
Lo primero que decidí, mientras tomábamos algo con la Juli y la Chela en el Insert, fue ir más tarde. Me desperté tipo 8, con un poco de migraña, tenía una llamada perdida de Lorena. Hablamos. Entendí que lo mejor era no ir… hasta que cambié de idea, me cambié, chequeé que la SUBE estuviese cargada, saludé a los gatos, chupé cinco mates y salí a esperar la C verde.
🚌 Biblioteca ambulante
Viernes 14 de febrero, 10:38 hs. Subo al interno 3954 en la parada de Bv. Gálvez y Dorrego Norte (35108). Enfilo para un asiento doble, ala derecha, desocupado. Quiero que sepas que durante toda la travesía -hablo de más de una hora- no se sentó nadie a mi lado; el colectivo no estaba vacío, simplemente nunca se llenó. Anoto en el celu tres líneas: asuntos bancarios post renuncia al antiguo empleo. Ese trabajo que me bancarizó (me hizo existir como trabajador formal).
Saco de la mochila uno de los libros que traje: “Futurama y la filosofía. Cómo entender el mundo gracias a Bender, Nietzsche y compañía” compilado por el profesor y filósofo estadounidense Courtland Lewis (🎁 ¡Muchas gracias, Blackie Books! 📖) Leo, partido y sin saber, un capítulo que toca, entre otras temáticas, el amor (“Estamos aquí reunidos para recordar”). Comparto unos fragmentos que fueron combustible para el lento coche que me llevaba a Sauce Viejo:
“El recuerdo que resulta de las relaciones de amistad de los personajes es el tema central en cada episodio” (2023:88-89).
“A la luz de nuestra vulnerabilidad existencial ante la posibilidad de ser olvidados, Futurama nos propone una forma de evitarla. Su consejo es el siguiente: en vez de edificar monumentos a nosotros mismos o hacer que la gente cumpla nuestras órdenes, dediquémonos a crear fuertes relaciones familiares, de amistad y de amor. Al alimentar estos tres tipos de relación, nuestra existencia se entrelaza con la existencia de otros, influenciando su vida y su manera de relacionarse con el mundo. Y nos aseguramos de que nos recuerden” (2023:86).
Algún día de 2016, mediodía tirando a siesta. Iba en la C Verde recorriendo la 7 de marzo en Santo Tomé. Eso dice mi memoria cuando le pregunto vagamente por el primer libro que leí a bordo. Fue un poemario de Manuel Alemián que creo haber comprado en el Festival Internacional de Poesía de Rosario 2015. Al menos eso anoté con lapicera azul en la primera página.
“Tararira” es el acompañante que necesité en uno de mis primeros viajes a la Escuela Pilares, dividiendo mi psiquis entre la asimilación del tedio ambulante (digamos, ósmosis) y el peligro latente de distraerme de mi destino. Así, recortado como un objeto de investigación, leí un libro breve, con dos grandes poemas alineados al centro y un registro cercano, agradable.
Lo vuelvo a leer casi nueve años después. “Tararira” se divide en dos momentos: “Laguna” retrata el pasado del poeta. Su infancia en los años ‘70 viviendo en San Miguel del Monte y las primeras aproximaciones a la laguna, el reconocimiento de las especies fluviales (su morfología, sus características, su comportamiento). En la segunda parte, “El regreso”, es el mismo Alemián quien retorna a sus pagos junto a su compañera de vida. Esta vez, el viaje no es por agua sino por tierra (tren y bici). Tomo un fragmento del apartado referido, una suerte de caligrama:
Aprovisionados de fiambre para el almuerzo,
buscamos un recreo lindo para quedarnos
a beber las gaseosas y el agua mineral,
a contactar con el agua de la laguna;
a silbar a los cisnes de cuello negro,
a meter las patas entre el totoral,
a remar en un bote de alquiler,
a jugar con un perro travieso,
a tirarnos en el pasto,
a estirar las piernas,
a ver gente pasar,
a tomar fotos,
a descansar,
a meditar,
a charlar,
a comer,
a mear,
en fin,
a fijar.
*
Llevo escrita buena parte del newsletter. Me pongo a averiguar qué es de la vida del autor. Encuentro una nota vieja. En 2014, Indie Hoy entrevistó a Alemián por el lanzamiento de “Oreja tomada, todos los poemas 1993/2013”. Augusto Munaro le preguntó al poeta si adhería a la idea de que el arte es una eterna confesión; Manuel respondió: “El arte es una eterna confusión”.
Bueno, por ahora freno acá. Me bajo en la ruta 11 frente a Celulosa Moldeada. Es mi primer día en un nuevo trabajo y no quiero dejar una mala impresión.
🎶 Una canción
Pablo Comas es un gran compositor y cantante rosarino. Su último disco solista, “Dramático y nocturno”, es una obra maestra en todo sentido. Conocí a Pablo con su grupo Alucinaria en el mismo FIPR donde me compré “Tararira” (definitivamente fue ahí, #anuloduda). A poco de verlos, lanzaron su CD -sí, tengo el CD- “Días de fuerza”. Días atrás, contaba él en su cuenta de Facebook, se cumplieron diez años de la publicación del bellísimo video de “Paz”. Fue una de las primeras canciones que memoricé en la C verde mientras iba rumbo a mi nuevo trabajo. Mientras construía, sin saber, mis pilares como docente y como trabajador (de las palabras).
Entre birra y birra se toman las mejores decisiones 🍻