#39. Constanza Michelson: La timidez en tiempos de cólera
Primera parte de la conversación con la psicoanalista chilena, autora de “Nostalgia del desastre. Variaciones sobre el odio, el aburrimiento y la ternura”
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Cielo vacío
Elegí el libro por el nombre: “Nostalgia del desastre” (Planeta, 2024). Acto seguido mis ojos se posaron en una tipografía más pequeña que denotaba el subtítulo. Me sentí fuertemente interpelado por el aburrimiento y la ternura. En octubre del año pasado conversé por Zoom con la autora de la obra (o manifiesto de época), Constanza Michelson. Le confesé que hacía rato que no me sentía tan acompañado por un libro; hoy diría: tiempo ha que mis fantasmas no se sentían tan cobijados por un libro. Ese día, luego de la entrevista, tuve un encuentro con mi terapeuta, ¡qué oportuno!
No lo dije: Constanza es psicoanalista. Escribió libros, colaboró con medios (incluso creó una revista de cultura: Barbarie-Pensar con otros). A modo de ingreso a la conversación, le consulto por la estructura de un conjunto de ensayos que termina dando lugar a un gran ensayo. Para responder, ella punza una pregunta, la pregunta por la subjetividad de la época: ¿qué le pasa al ser humano sin dioses ni grandes guías? Usa una expresión irremplazable: el ser humano a cielo vacío. Pero también emerge otro interrogante, por las condiciones de existencia: ¿qué significa crecer cuando los tiempos se ponen raros? (Dejo anotado en este leve paréntesis la promesa de no olvidar una referencia posterior a una de mis lecturas del aquí-y-ahora: “1973-1983. Crecer en tiempos turbulentos”, de Claudia Cesaroni). En este punto, aclara: “Yo no escribo de ningún modo bajo la tentación nihilista; lo que me asombra, por el contrario, es cómo las personas pueden encontrar maneras de salir”.
Ternura y timidez
Justo cuando esbozo mi hipótesis de que la ternura es una necesidad para resistir la época, aparece la hija de Constanza. Justicia poética. “Es feriado acá”, contextualiza su madre desde Santiago de Chile. Luego recuerda una entrevista de El País al psiquiatra frances Christophe André, a propósito de su libro “La timidez”. “El libro se pregunta por qué no se valora esa dulzura de los niños tímidos. Y, a la inversa, por qué estamos empujando a que tomen el camino de los niños más expresivos. Incluso, hacia personas con rasgos de autoafirmación muy fuerte, un poco avasalladoras”, advierte.
“La timidez habla de que nos importa la mirada del otro. Desde la psicología y desde distintos discursos, aparece esta idea de que no nos debiese importar demasiado lo que los otros piensen, sino que hay que avanzar hacia adelante, como si eso fuera un valor. Como si todos los rasgos más coléricos y maníacos, fuesen un valor en la época, el sé tú mismo”.
¡Alto aquí! No pienses que nos olvidamos de la ternura. El détournement por la timidez habilita un reingreso a la ternura como potencia simbólica. Michelson la reivindica suavemente entusiasmada:
“La mirada en la ternura es una mirada con atención. Es una mirada compasiva que hace que lo mirado (la persona, el objeto) tenga valor. Tiene la cualidad de esas palabras, como el perdón o las promesas, que son actos al mismo tiempo”.
Mientras preparo este newsletter, se viraliza una nota muy interesante en El Diario Ar, que lleva la firma de María Florencia Alcaraz. Se las dejo en este link porque está en sintonía con lo que venimos hablando (específicamente, el apartado “Una crisis de la ternura”).
Cólera
Volviendo a la pregunta-problema, Constanza describe que la subjetividad de los ‘90 está escrita en el lenguaje del management, aunque ahora dé un poco de vergüenza usarlo.
“Hay quienes dicen que es el lenguaje de la guerra en tiempos de no guerra. Ese lenguaje se empieza a desplazar a la repolitización del mundo; aunque se hablen temas de izquierda, parece que la gramática es muy de la época del auto-management. A esta altura, con cierto desgaste y crisis de distinta índole, nuevos líderes como el presidente de tu país rompen el lenguaje mismo. Ya no es que mientan, la verdad deja de tener importancia. Muchos queríamos cambiar el mundo, pero también había que pensar cómo se cambiaba al verdugo”.
Michelson se queda pensando. El remolino mental la deja estacionada en Edipo. “Él era un buen rey y tiene que descubrir en escena quién estaba causando la peste. Se vuelve paranoico, cree que todo el mundo lo va a traicionar. Leerlo actualmente es muy impresionante”, reflexiona.
En este punto, la editora de Barbarie enfoca algo “que se le fue” a los críticos “muy narcisos” de la modernidad. “Lo que nos ha pasado la última década y lo que estamos viviendo hoy día -quizás como consecuencia de ello- es, en parte, volvernos este edipo colérico que no es capaz de hacerse la vieja pregunta freudiana: ¿Y yo qué tengo que ver?”
“La culpa es del capitalismo, como si el capitalismo fuese una persona. La culpa es de los extranjeros o la culpa es de la casta. ¿Y cuál es la enseñanza? Hace 25 siglos, la tragedia nace también con la democracia, que es lo que esta nueva ciudadanía necesita pensar. A veces hay que dar vuelta la cabeza, el causante de la peste eres tú”.
Al mismo tiempo, “desde este lenguaje que se asienta en una subjetividad sin inconsciente, sin punto ciego, todo se volvió político”, advierte la psicoanalista santiaguina. “Yo me acuerdo, Leonardo, que cuando empecé a trabajar de psicóloga en mi país, a principios de los 2000, esto era mucho más fuerte que en el tuyo donde el modelo farmacológico era súper fuerte. La psicología me empezó a aburrir, por eso me fui a otras cosas. Me aburre y la critico porque se separa demasiado de la política. Pero se separa también de la literatura, es decir, de comprender algo de la condición humana. Y luego, el mundo se repolitizó, a fines de la primera década de los 2000: entonces todo lo personal empieza a ser político. Pero, mi sospecha es que fue de una manera que también olvida la literatura, igual que la psicología olvida lo inconsciente o hace como que no tiene inconsciente”.
Los idos
En algún lugar escribí alguna vez esto: “Soy del team de los idos”. En el momento en que di con la frase me pareció un hallazgo. Desdoblar, dividir en dos polos una palabra para sacar (y beber) un jugo nuevo. A la hora de escribir este newsletter, arranco la manzana del árbol de mi memoria y no me parece tan genial. No sé si podría decir que soy un ido. Lo que se me clava en el pecho es el anglicismo. ¿Tengo un team? ¿Cómo encajo en la grupalidad? ¿Pertenezco a un espacio colectivo, además de la familia y las amistades? ¿Es necesario pertenecer a otro grupo?
Un jueves nos juntamos con Juli (Potota) y Alf. Desde el fatídico octubre de 2023 no nos veíamos. Tomamos seis lisos cada uno, según el ticket. Cuando Juli habló de Razimo (escuchen su hermoso EP aquí), salió el tema de los grupos artísticos. Yo les dije lo que me cuesta armar uno, lo que padezco sentir que no puedo sostenerlo. Coincidimos en la importancia de un espacio de contención de diversas subjetividades como el Encuentro Sub-20 de La Urdimbre. Caí un día de 2006, por un recorte en El Litoral que me dio mi viejo. Mi vida no estaba teniendo sentido, nunca tuve tanto miedo (ni ahora). Ya llegará el momento de retratar esos años pre-luminosos en los que empecé a aprender que escribir es un ejercicio tan solitario como colectivo: una usina de encuentros. Uno de los modos posibles de salir de la melancolía. O, si cabe, de agradecerle su generosidad.