#48. Cinco años amando a Lubi
Un 17 de junio de 2020 vino una gatita a mi vida para cambiarla por completo. ¡Gracias, gracias, gracias!
Hola, ¿cómo estás?
👾 ¡Bienvenidos/as, Agustina, Camilo, Gloria, Juliana, Manuela, Miren y Rochi! 🙌🏾 Gracias por los likes, comentarios, compartidas, mensajes y devoluciones face-to-face: Juli, Juli2, Agus, Lari, Constanza, Marta1, Marta2, Graciela/ma, Willy, Nacho, Pasamanos, Sabri, Mara, Mary, Patricia, Betty, María Pía 🐞 Gracias por comprar Bicho sin dueño, Eugenia, Jesica, Juan, Juliana, Paula y a las 6 personas que adquirieron su ejemplar en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires ☕ Gracias por regalarme un cafecito, Juli. Recordá que podés comprar uno al final de este envío.
Es muy cariñosa
Es el día del padre. Me despierto unos minutos antes de las 9. El sueño que soñé es mi criatura (tomé nota de lo que me dijiste, Camila). Una escena hogareña, dos gatos conociéndose, una casa que no logro identificar, vos distinta. Ya despierto, chequeo el celular: te encuentro en una historia que sube una amiga, lejos. Pero antes de eso, hubo que abrir la cortina visual, elaborar el horizonte, como Zama. Y ahí veo a Lubi, sus ojos cielo en mis ojos tierra. Como una montaña nevada, miles de metros sobre el mar, diciendo con sus ojos: ¡Hola, pa!
😺
Hoy es 17 de junio de 2025. Exactamente cinco años atrás, Lubi llegó a casa. Hacía unos meses que me había mudado por primera vez solo, a Ituzaingó al 1100. Estaba solo por varios motivos: me había separado, la pandemia me confinó, no podía ir al trabajo. En ese entonces, el trabajo era la escuela (Pilares) y la sala de conciertos (Tribus). Hoy mi vida tomó otros rumbos, pero tales rutas fueron importantes en la tarea de hacerse adulto. Estaba en el depto (depa, como le decía Hugo). Percibía que, a pesar de tratarse de una propiedad de un dormitorio sumada a mi afición por acumular objetos sin sentido, era un pelín grande para mí. Faltaba algo, alguien.
Venía ma(sc)ullando una idea. Me uní a cuanto grupo de Facebook de gatos en adopción hubiera. Hasta que vi esta publicación en uno de ellos:
Estaba arriba de un árbol hace 2 días, gatita/o blanco con ojos celestes y collar lila con huesito amarillo y rojo, sin identificación, sobre Antón Martín y Los Naranjos (Rincón)
El mensaje culminaba con un número de teléfono y esta foto:
El campo de comentarios estaba virgen. Lancé mi estocada por Facebook. Al minuto le escribí un WhatsApp a la rescatista, Pitu (a quien registré como Gatitooo).
Entrenado
Unos días más tarde coordinamos con Pitu la venida de la gatita. Ella fue la que me anotició que hay un protocolo especial con los gatos negros y blancos, quienes son sujetos de sacrificio ritual. Fue un miércoles, a las 16, que llegó con la mascota. Nos recibimos con un barbijo y saludo a distancia, hablamos y firmé un papel titulado “Cuestionario pre adopción”. Pitu me preguntó: “¿Cómo se va a llamar?” Le respondí: “Lubi. Por una canción de Calamaro”. Bueno, mentí un poco… inventé una palabra a partir de la cruza del nombre y apellido de un boxeador ficticio. Al toque me acordé de la voz poderosa de Luvi Torres. Todo muy musical, ¿no?
Una tarde de esas típicas de pandemia estaba haciendo empanadas al horno. Le escribí a Daia después de mucho tiempo. Bah, no sé si escribí algo. Mandé una foto ya saben de quién. Ella me respondió, creo, preguntando: “¿Y ese gatito?” Le hablé de Lubi (qué lindo hubiera sido que se conocieran…) “El Chimi te entrenó”, me dijo con su sabiduría pisciana. Entre-nos: me estrenó, me estresó, y sí, me entrenó.
Chimi es el apodo de Chimuelo, un gato idéntico al personaje de Cómo entrenar a tu dragón. En el tiempo que compartimos con Daia, el Chimi era medio ortiba conmigo. Me mordía los talones, me rasguñaba a las escondidas, jugaba a aceptarme. Sin tener yo la más mínima idea, me estaba entrenando para adoptar y cuidar a un gato/a. Gracias, Chimi (Gracias, Daia). “Qué loco”, pensé por aquellos días. Había elegido (¿inconscientemente?) una gata blanca después de ingresar al universo felino por un gato negro.
Tene Lubieta
Escribo sentado chinito en una silla. Lubi está encima calentando mis pies fríos con su brasero natural. Me gusta cuando repite el gesto de arrellanarse sobre alguien que cae a casa, marcando terreno y afecto en una sola oración corporal. O su modo de agradecer cada vez que la miman o rascan lamiendo la mano correspondiente (o, en su defecto, la otra). Abro y cierro los ojos mirándola fijo. En nuestro idioma pronuncio el mantra: ¡Feliz cumpleaños, mi amor! 🥳
Cargo con una certeza: todo lo que diga con mis manos sobre el teclado no bastará para nombrar a esta gata que vino a transformar mi vida. Descargo de mi memoria selectiva un compilado de los mejores momentos con mi compañera peluda. Podría organizar el material en varias carpetas. No sé, se me ocurren algunas: Lubi con humanos, Lubi con Buri, Lubi en el patio, Lubi en pantallas, Lubi en el arte, Juegos caseros de Lubi, Stickers de Lubi, Curiosidades de Lubi. Que no amasa. O que llegó y Colón salió campeón. Cre(c)er o re(in)ventar. Pero mejor será que hable la voz de una niña que lleva en su apócope las vocales de Lubi (y su compinche, Buri). Dígalo usted, Bruni:
Meternos en el nombre -aunque sean cuatro letras- nos estaciona en los apodos. Estamos quienes le decimos Lu, mientras que otras personas optan por La Lu o Lulú. Descarto, por no ceñirse a una familiaridad tímbrica con el nombre, opciones tales como bebé, mi amor o linda. Creo que la “u” tiene una sonoridad suave, acorde a su piel de nube, a su voz de viento (que, enojada, es tormentosa), a ese hábito de regar cariño a su alrededor.
😻
Hace dos años escribí unas palabras para Lubi en Instagram:
Ya no recuerdo cómo era sentarme sin sentir tu llegada, mi gatita faldera. Colchoncito blanco para tranquilizarse y abrazar.
Hace cuatro le hice una ¿canción?:
Miau-sencia se fue tapando, miau-toestima curando, miau-mor para vos, Lubi.
También aparece en poemas de Bicho sin dueño como La chance concreta y Qué hace a esta hora. Y en un montón de garabatos inéditos. En esta foto de la Chela, Lubi se posa sobre un poema que habla de Colón y de papá.
Hoy estamos en otra casa con patio y una pandilla de gatos y perros. En otra cosa, ¿quiere que le cuente? Me da pánico cuando te trepás por el tapial para recorrer Sargento Cabral desde los techos. Adelantás y rebobinás tus patitas con picardía. Temple, calidad, iniciativa, disfrute. Frenás un rato en el techo del galpón. Desde ahí, con un fondo de cielo me observás. Yo también vuelvo, ¿sabés? Vuelvo a esa palabra que me armé cuando chico para referirme a un barbudo. “Tene Lubieta”, dicen mis viejos que yo decía. Hoy estoy orillando la yerma tierra de la adultez, barbudo, con una editorial que se llama Lubieta. ¿Y sabés qué es lo primero que me preguntan al leer el nombre? “¿Es por Lubi?”
Dos mía(u)s
Entre noticias variopintas -todas buenas, generalizando-, hubo algunas entrevistas que tuve el lujo de concretar por estos tiempos. Leí dos libros con los que sentí que hice comunidad.
Terminal 2020 (Planeta) de Osvaldo Baigorria está a la altura de su autor. Una crónica del duelo por la pérdida de la compañera de vida en tiempos del Covid. Un diario y un glosario médico. Una oda, una oración. Intercambiamos preguntas y respuestas por mail y esto salió en El Litoral.
El otro libro que habilitó una charla pendiente, esperada, fue Valecuatro (Alfaguara) de Marcelo Figueras. Bien para la época, para no dudar que estamos cada vez más al fondo del abismo. Por si quedaran dudas, aquí profundizamos con el autor de Kamchatka.
¡Qué hermosa Lubi y cuánto entiendo tu amor por tu compañera gatuna! Me siento igual con mi gata, mi reina como le digo yo. No puedo imaginarme la familia sin ella.
Fan de lubi 🤍 la gata más tierna LEJOS!