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Seis meses
El martes 6 de febrero de 2024 fui operado de la muñeca izquierda. En rigor, la zona afectada lleva un nombre un poco más pintoresco: escafoides. “Cuando estés bien, no te vas a acordar que te operaron”, me dijo en el control de los cuatro meses Agustín, el traumatólogo-cirujano. Dicho y hecho: se cumplió medio año del suceso y mi memoria ni mu. Lamento informar que no hubo balance. Solo un ácido sabor a culpa el 8 de agosto por haberme olvidado de la casi-efeméride personal. O, tomando prestado un concepto del maestro Hugo Trédici, la enferméride.
Sanatorio Garay. A eso de las diez, supongo, mis ojos se cerraron y el mundo siguió andando. No sé cuánto tiempo transcurrió, pero cuando abrí las ventanas para elaborar el mundo, el anestesista me preguntó: ¿Cómo te llamás? ¿Dónde trabajás? Yo respondí aspirando al 10. Estuve solvente, como cierta vez me dijo una profe de la Facu. Me acuerdo cuándo empezamos a jugar con los ribetes polisémicos del término en terapia. Llegamos al toque a la triple frontera lingüística: resolver, disolver para crear, no deber nada a nadie. Ser sol-ven-te. En la camilla mi cuerpo aún no dimensionaba el tenor de la molestia (ese, sabemos, es el trabajo de los días), pero se percataba del sonido que traía un tímido dispositivo en el quirófano: No te va gustar.
Cuando salí, estaban papá, Guille y Nacho. Mamá mandaba mensajes re nerviosa desde su casa. Nacho me trajo al depto que estaba bastante desordenado. Apenas se fue, sonó el timbre y tuve que bajar a atender. Desarmado como estaba abrí el paquete y con una sola mano empecé a leer. Lo que sigue empezó a escribirse en mi cerebro como las señales del corazón en un electrocardiograma. Tardé varias semanas en darle la forma actual. Salió una crónica-cuerpo hecha de huesitos fisurados, puntos y suturas. Te invito a copiar el texto, pegar cada apartado en un orden nuevo y leerlo así. Algo me dice que puede llegar a funcionar.
Escupido del paisaje
Andaba roto pero arreglándome cuando el cartero trajo a casa “La voz de nadie” (2024, Sigilo).
Recién salido del sanatorio, con una sola mano hábil me puse a leer.
Del cuerpo para afuera. Pero sigiloso.
“Poesía se hace
Música se deja hacer”
define en el epílogo Adrián
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¿Cómo se lee a Dárgelos? ¿Hay alguna forma de no caer en la trampa de entrever la sombra de una canción? ¿De qué modo opera la voz mental? ¿Se abstrae del registro que nos suena familiar o lo usa en su provecho?
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Dárgelos no necesita de la música para que sepamos quién nos está hablando. La letra “muerta” -en apariencia, sin melodía ni armonía- impacta en la hoja como él en el escenario. Los títulos que elige Adrián se enmarañan para dar un fruto mestizo. Raspan la superficie gris con una moneda de un peso. Un peso en los 90.
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“Habito la intersección de lo observado con lo que siento”. ¿Toda poesía, o acaso la suya, es confesional? Parece. Pero cuanto más parece más deja de serlo.
“Yo compongo porque lo necesito, no porque quiero”. Dijo Dárgelos. Lo transcribieron Alejandro Güerri y Federico Merea en el tomo maestro: “Letristas. La escritura que se canta” (2015, Gourmet Musical).
El sujeto de enunciación es un trabajador del ego, acostumbrado al hambre y a la muerte. Ojo: debería estar atento / porque de un momento a otro / ese ego va a dejar de trabajar.
“Somos un grupo de personas con hambre”, contó Dárgelos en “Arrogante Rock” (2017, Planeta), el compendio de conversaciones ambulantes que mantuvo Roque Casciero con Babasónicos. Vienen al oído unos versos de Hugo Padeletti:
“Sería fatuidad subestimar/ la sed y el hambre / el sueño, el sexo, el miedo”.
Lo encuentro en “El árbol de palabras”, el primer poemario de Mirta Rosenberg. Hay títulos acertados, pienso. La voz de nadie.
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Nunca perdí
el miedo a la ruina
Desandando este manifiesto fragmentario. Resuenan las palabras de la poeta chilena Nadia Prado: “El lenguaje es el tallo de la ruina”. ¿Será el eco de lo que ya no es como era?, ¿su concavidad obligada?
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Flashback. Estoy en la terraza de un hostel de San Rafael. Madrugué. Desde arriba veo una turba de valientes arrojarse a la pileta. ¿Lloverá? Enero de 2022, termino de leer “Oferta de sombras”.
“Los poetas de rock / son la gente muy fea / del imaginario de Fogwill // La gente muy linda da asco // Si hubiese un grupo del que todavía se puede / esperar algo, es el de la gente muy fea”,
dice un poema.
Otro fragmento:
Poesía, último nicho de curiosidad
Mentalmente siento:
“Si la poesía es la infancia de la prosa, quiero mantenerme niño siempre”.
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Adrián compara la escritura “para nadie” con tatuajes. Pero, ¿quién o qué es nadie para él? ¿Dónde está nadie? ¿Qué no es? ¿Y cómo es su voz, la voz de nadie? ¿Invocación muda en lengua muerta?
Adrián quiere saber quién es su gente, les pertenece su voz.
La lengua, avanza el buscador incansable, es individual. Ni social ni popular. En medio de placeres modelados por el mercado, se alza como una “superficie de violencia privada”. Las palabras son serpientes. Y su jornalero, el poeta “escupido del paisaje”, es “paria y emergente a la vez”.
Adrián también quiere vivir “el triunfo del sindicato de los sentidos”.
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Meto los ojos más adentro de las páginas:
Oigo tu voz /…/
y me pregunto ¿quién sos?
¿quién sos? ¿quién sos?
Qué lindo! Felicidad absoluta es ser contemporáneos al sr. Dárgelos ❤️
"...La gente muy linda da asco // Si hubiese un grupo del que todavía se puede / esperar algo, es el de la gente muy fea”
Mirá cómo son las casualidades: hará cosa de 15 o 20 años, Babasónicos tocó en Rafaela y me tocó ir a cubrir el recital para el diario en el que trabajaba entonces. El título de mi crónica fue "La revancha de los feos". La debo tener por ahí, todavía.
Abrazo Leo!