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Lea por favor
Por alguna extraña razón que no podría explicar del todo, mi nombre y mi apellido son objeto de confusión para algunas personas. No me refiero aquí a los amigos que, aburridos del clásico Leo, eligen sucedáneos como León, Leoncio, Leopoldo o Leónidas (¡ustedes saben quiénes son!) Mi diatriba tiene un único destinatario que ya develaré.
Difícil hallar un fotograma en mi vida que contenga el primer ejemplo. ¿Habrá sido en la primaria? ¿En el club de pintores de “El Pozo”? ¿Acaso en catequesis? Lo cierto es que, desde que tengo que uso de razón (y seguramente desde antes también) mi nombre carga con una ad-herencia, un lado B, una falla: Leandro.
De chico, mi reacción era dejarlo pasar. O decir despacito: Leonardo. Mucha gente no registró -sigue sin registrar- mi demanda. Algo tan simple como pedir que me llamen por mi nombre, ese que eligieron mis viejos tributando al padre Castellani. Llega a tal punto la falta de atención de el/la interlocutor/a que, luego de mi corrección, más de uno se dirigió hacia mí con el apócope Lea. Además de volver a marcar el error -cosa que ya no me pesa de grande-, para mis adentros entono y dirijo una frase furiosa: Por favor, lea bien cómo me llamo.
Consulto (y) río
Voy por un chequeo al cardiólogo. Es la segunda vez en el año. Presión por las nubes. Siempre me pareció poético eso de tener alta la mínima y baja la máxima. Ahora no. El doctor abre la puerta y, canchero, pronuncia la segunda adherencia maldita:
-¿Páez? -tira.
-Pez -respondo y entro a la sala.
Los consultorios son espacios donde se cultiva la duda. Supongo que hay algo inscrito en el sustantivo. El profesional anuncia un apellido o un nombre, buscará cercanía o asepsia, y lo deja expandir dentro del interrogante como aceite en bandeja.
Pasan unos días.
Se abre otra puerta. Me recibe el oftalmólogo.
-Adelante, Leandro.
-Leonardo -contesto, dándole la mano.
Nobleza obliga
Debo reconocer que porto una alarma biológica que me anticipa quién está a punto de cambiarme el nombre. Pero cuando la cosa viene mediada electrónicamente se pone más difícil. Recibo un mail. Un pdf adjunto: Invitación formal Leandro Pez. La introducción: Estimado/a Leandro Pez.
Imagino carteles, programas de mano, graph y noticias con mi nombre mal escrito. Con una “o” menos. Pienso que una buena venganza sería escribir un poema, titularlo “La importancia de llamarse Leonardo” y leerlo en el festival. Ahora mismo quiero romper pantallas. Pero el celular tiene 5% de batería y me olvidé el cargador en la radio. Empollo, sin saberlo todavía, una gripe. Bajo un poco la ira. La dejo dicha en unas mayúsculas (estoy gritando): POR FAVOR.
No estaría mal tomar prestada una idea de Mairal. Él cuenta en Maniobras de evasión (Emecé, 2024) que con el objeto de reducir tanto padecimiento burocrático y tramiterío (telefónico, impreso y digital), un buen día tuvo una gran ocurrencia: inventar a una secretaria, Natalia. ¡Hasta le creó una casilla de mail! Natalia se encargaba de la parte más difícil: hacer agenda, negociar, decir que NO. “No, el señor no se llama Leandro. Se llama Leonardo”, imagino detrás de la notebook cagándome de risa por dentro. A la postre, Pedro se resigna: la despedí sin echarla /…/ tuve que aprender a decir que no con mi propia cara /…/ pero nunca pude hacerlo tan bien como ella.
Ordenalo o drenalo
Si hay algún Leandro que llegó hasta acá, quiero decirle que no tengo nada (oh oh oh🎶) nada personal (oh oh oh🎶) con su nombre. El problema son las personas que nos hacen tropezar generando la sensación de ser archienemigos. Sentimiento super alejado de la realidad. Ofrezco como prueba no uno, sino dos botones:
🛎️ El primero es una hermosa canción de un artista mendocino que me fascina, Leandro Lacerna. Me encanta la parte que dice: “Anteayer te vi en el supermercado / ibas con un nuevo Leandro / Ok ok”.
(Yo le hago trampa a la métrica y cuando la canto para mis adentros digo: “ibas con un nuevo Leonardo”… 🤭)
🛎️ El segundo es una de mis grandes aficiones: ¡los anagramas! Me puse a jugar con posibles reformulaciones de los nombres Leonardo y Leandro utilizando sus mismos componentes, pero alterando el orden. Este fue el resultado:
[LEONARDO] ordenalo, ladroneo, nodo real, el ornado, dolorean, no le ardo, no le dora, don raleo y enrolado.
[LEANDRO] le ronda, la orden, lona red, drenalo, no darle, Andrelo.
De todas las opciones que encontré -algunas más forzadas, lógico- hay una ficticia por donde se la mire. Dolorean. La dejé porque me gusta su capacidad de síntesis. Uno: Podría ser la conjugación del verbo “dolorear” (¿verdad que lo necesitamos en nuestro idioma?). Dos: Cambiando la “d” por una “c” se transforma en “colorean”. Tres: Suena a DeLorean… ¿imaginan una versión más distópica de Volver al futuro con un auto afectado de realidad capaz de viajar en el tiempo cuyo nombre sea Dolorean?
Me pasa algo parecido con mi apellido... cuando lo tienen que escribir es increíble la imaginación que tienen algunas personas
Yo creo que existe también una posibilidad de que te hayas colado (en el médico) y el pobre Páez se perdió su turno.
Te dejo con ese cargo de conciencia para meditar 😂