#20. Un gamer de palabras en la selva
Apuntes sobre el cierre de la gira "Descartable" de Wos en la ciudad de Rosario.
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Antes de entrar al #20, quería compartirte ¡¡una GRAN NOTICIA!! Después de años de trabajo, está entre nosotros mi amado cuarto libro, Bicho sin dueño. 🦟🐜🐝🕷🦗
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Ahora sí, metámonos en la selva.
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“Esto no puede fallar, Leo”. Dice Agus, palabras más palabras menos. Un gancho invisible sostiene la risa del pícaro muchacho que ayer cumplió 17. Dos días atrás vio a Calamaro por segunda vez. Hoy está yendo a su primer show de Wos. Conmigo. Después de pronunciar la frase, apoltronada en el gesto, saca de una bolsa de papel al mejor estilo Chapatín una naranja y un paquete de caramelos (¿de naranja?, no de limón) que el Leti le dio. “Por cábala”.
El viaje se hace rápido hablando. En lo que dura un partido de fútbol de la era VAR desembarcamos en el Parque Independencia. Hoy, a diferencia de hace unas semanas cuando vinimos al Festival Bandera, no juega Newell’s. Pero se huelen rostros rojinegros y voces canallas. Vamos a tomar un café con leche acompañado por una ración consistente de carlitos de queso. Doble queso para compensar que no tiene jamón, dice la señora que atiende -en el amplio sentido de la palabra- la salud del bar.
Entramos.
Encontramos un lugar. Ni tan lejos ni tan cerca.
A la hora en que está anunciado el show empieza a titilar la iluminación del escenario. Juegos de seducción entre la ausencia del artista y el lleno del público. Todos, supongo, empezamos a especular. La típica: ¿cuándo arranca?, ¿con qué tema?, ¿cuál no puede faltar? Cuando nos empezamos a olvidar del ir-y-venir, ¡zas!, luz apagada. Wos.
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Debo haberlo conocido con “Canguro”. Creo. Tengo un flash: Agustín cumple 12, festejo en Colastiné. La pibada cantando sin errarle a una. Al año me inscribo, no sé cómo, a un taller de periodismo cultural vía zoom. Para la consigna de crítica musical, elijo un disco flamante: “Tres puntos suspensivos”. No importa el puntaje que le puse (odio calificar). Traigo unas líneas (unas barras) para acá:
Valentín Oliva la sabe llevar.
Es un gamer de la palabra.
Un jugador atento y versátil, entrenado
en el ritmo desde hace tiempo
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“Estoy en transa con el tiempo”, dice Wos. “Cuando improviso cumplo todos mis anhelos”. Parece que está respondiendo la pregunta de un/a periodista. Piensa y siente. Es y está siendo. Es su primer arranque de freestyle en Rosario. Si tuviéramos una pared que separa a él de nosotros, seguramente su voz la grafitearía.
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Agus empieza a adquirir sus rituales de recital. Sus manías. Ya sé que cuando repiquetea es porque huele la canción y alerta al garguero. Hay que gritar y saltar. Mientras ruega que no falte “La cochería”, nirvana corporal de Wos y última prenda, va gozando con “Púrpura” y “Luz delito”. Yo ya estoy hecho con mi dosis de canciones gemelas: “Alma dinamita” y “Contando ovejas”. En uno de los pogos Agus, que me tiene agarrado porque ya estoy grande mis amigos, se encuentra con uno de su tribu. “Él lo vio cuatro o cinco veces”, me dice. En cambio, nosotros tenemos la pulsión del debutante. Su candor, su sorpresa, su eficacia gestual. Somos esos que escuchan y paladean a Wosito hasta dejarlo hecho sentido, distinto.
Ir a tu primer “encuentro” con el artista afina la mirada, la templa con una necesaria dosis de ilusión. No hay comparación posible, ni excesivo análisis de “los humores” o del rendimiento. El repertorio es el que TIENE-QUE ser. Todavía no corre, veloz, la arena con canciones que nunca veremos en vivo. Falta para eso: más años, más shows. Valentín se manifiesta en cada movida sobre la escena: juega con su dupla femenina de cuerdas (Chipi Rud, en guitarras; y Natasha Iurcovich, en bajo), salta y agita, se queda en modo zen, deja leer el código de su iris, cierra los párpados en las canciones de (des)amor. Le pega al parche vocal: sesión de beatboxing. Reta a duelo al baterista ex Huevo, Tomás Sainz. Desafía en el acto a su pasado y a su primera escuela (la percusión) y al latido de la tierra. Dice en otro arrojo de impro: “Un poco de amor y gracias en estos tiempos violentos”. Ya no declara. Subtitula la película que está pasando en nuestras cabezas. Pone palabras que van mucho más rápido que nuestros pensamientos. Entonces vale el subtítulo. Porque ahora se transforma en un auto que corre al lado de otro auto que son las canciones.
Cae una ficha dentro mío. Wos/hito le digo a un Agus extasiado.
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No es una película. Es una serie. El terror aflora sobre el cuerpo de Wos. Un cascarudo cruza el Rubicón de su piel, escala hasta el inicio de su cabellera, al ras. Elige ese sector para disfrutar del show. Bebe de la energía del cantante en modo “Andrómeda”, de la vibra instrumental, del remolino que cunde debajo del escenario. Wos entona la canción con los ojos cerrados, movimiento que repite en cada mid-tempo. (Termino de escribir esto y escucho al periodista deportivo, sentado a mi lado, decir: “Se está cayendo como un piano en la tabla”. Martes 3 de diciembre, 15:44 hs. De la canción que estoy hablando tengo un salvavidas: “No existe la marcha atrás”. Y éste me trae a bordo el nombre de la pieza musical: “Caída libre”). Valentín, en piano.
Desde donde estamos vemos banderas flamear: LA PATRIA NO SE VENDE. Se confunden dos cantos: “El que no salta: A. es un inglés, B. votó a Milei”. Elige tu propia desventura. Otra bandera que dice PR. Decenas de remeras, también, ricoteras.
Esta serie tiene más de una temporada. El género se desplaza capítulo a capítulo, pero el tono varía de la urgencia al amor. La catarata de episodios unitarios engrosan el concepto. “Morfeo” se luce con actuaciones estelares de los cuatro músicos en un 4’33”, que en el siglo XXI podemos leer más cerca del mannequin challenge que de la canónica obra de John Cage. Estelares al palo, despuntan los hologramas invitados. Así aparece en pantalla la sombra del Indio, solari, y abraza a la multitud estallada. “Quemarás”. Dillom y Mollo también recaudan la efervescencia en cuotas de aplauso y fervor. El freestyle tira un nuevo subtítulo (español latino): “Esta rural te la dejamos hecha selva”. Suena al título de la gira y del álbum (“Descartable”), no así a la propuesta de Oliva, un músico fresco que marca las nuevas coordenadas de la escena artística.