#32. Raro, encajonado, confesionarlt
Una obsesión por el número redondo y un rambling del discurso para saludar al maestro de los aguafuertes
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Raro
Dentro de poco llego al último número anterior al 40. Me siento en crisis hace meses. El holter dijo cosas que no entendí y no quise saciar mi sed de información en la web. Pero ese día, miércoles 12 de febrero de 2025, anduve muy triste. Leía una página de un libro y la dejaba. Desgrababa un minuto de una nota y pausaba. No podía ver una serie, menos una película. Pensar en el equilibrio ¡qué difícil! No esforzarme demás (el pequeño robot no es sumergible) ni hacer la plancha en casa. Entonces, ¿qué &%$* hacer?
Vida normal, m’hijo.
Mirar la lluvia desde la ventana -no sea cosa que me moje el aparatejo-, escuchar música pila pero no boba, terminar escribiendo. Mirar los libros sin leer sobre el sofá lleno de pelos blancos de gata, ropa lavada ensuciándose; la romana, otra biblioteca horizontal con ejemplares (di)sueltos sobre la madera; el piso, con tres bolsas: la azul, con ropa para donar; la amarilla, con calzado en decadencia; la negra, con viejos papeles inútiles. Necesito enumerar para emplazarme en el presente, para no enloquecer. Todo lo que veo da la impresión de arte contemporáneo: desastre contemporáneo.
Encima, afuera llueve.
Encajonado
En un archivo, rejunte, fechado el 15 de octubre de 2024 anoté ideas para futuros newsletter. Dándomela de poeta tiré:
Buenas tardes, permiso
Golpeo su puerta
para hacer una encuesta
Le tomará unos minutitos
Una encuesta anónima y abierta
dónde le pegó, cómo fue, qué hizo
¿cuento con su compromiso?
(si es que pasó los cuarenta)
Algo se quiebra por ahí, uno dijo
queda menos nafta, una sin vueltas
todavía no me doy cuenta
estoy en eso, te aviso
Confesional
Ya les hablé de “Bicho sin dueño”, mi flamante poemario (podés adquirirlo aquí). Se divide en dos partes: “Una velocidad distinta” y “No te mueras con tus muertos”. El último poema del primer apartado se llama “El adulto”; dice así:
Deja caer la lluvia potabilizada entre los dedos:
cómo el líquido persiste, cómo se derrama y organiza
horizontal en mosaicos vertical en azulejos
y se ecualiza con el olor de la colonia de vacaciones
Paredes, ventanas y bombitas de luz
son satélites
Lo que dice con la mente se escucha
raro, encajonado, confesional
Al contrario de la roca, que grabó la existencia
de criaturas marinas hace millones de años
la superficie del jabón
toma y disuelve la huella operativa del cuerpo
Le quedan unos meses de contrato, renovará
lugar, plan, consecuencias, lo que no sabe
¿Todavía guarda códigos de pubertad en la ingle?
Transita la tercera edad, no creía llegar tan lejos
Señalé tres partes:
lo que dice con la mente
la huella operativa del cuerpo
transita la tercera edad [agrego: transita la tercera persona, singular]
Las recorto:
la mente
el cuerpo
el tránsito
¿Qué estaré diciendo con la mente a metros de los 40? ¿Cuál viene siendo la huella operativa de mi cuerpo? ¿Será esta la tercera edad? Una parte oculta, tachada, del poema explica por qué ir por la afirmativa… prefiero no develar el secreto hasta que me vea forzado a hacerlo (?)
Arlt
Roberto Arlt apenas pasó los cuarenta años antes de abandonar este plano. No me preguntes por qué, pero desenrollando el texto de hoy, me llegó él. El sonido de su nombre y su apellido. Como si lo hubiera descubierto mientras estaba jugando al ring-raje. Así que abrí la puerta para que entre. Más adelante, me dedicaré a hablar de él con la profundidad que se merece, ahora prefiero hacerlo jugar a este juego: raro, encajonado, confesional.
Hace un año decidí que ya había pasado bastante tiempo sin haber leído las “Aguafuertes porteñas”. Busqué el libro en internet, encontré una modesta publicación de Ediciones Gráficas del Centauro a un precio irrisorio y la compré. Tanto la edición como el arte de tapa corresponden a la misma persona (Patricio Martínez Costa), imagino, el responsable de la editorial. No hay nada de él en Google.
La famosa página 7 comienza con un hallazgo para mí: Juan Carlos Onetti escribe la introducción. Onetti empieza jactándose -vaya si lo asiste el mérito- de conocer a Arlt de memoria. En un tramo del ingreso al libro, el escritor uruguayo devela la razón del triunfo de los textos de su amigo:
“El hombre común, el pequeño y pequeñísimo burgués de las calles de Buenos Aires, el oficinista, el dueño de un negocio raído, el enorme porcentaje de amargos y descreídos podían leer sus propios pensamientos, tristezas, sus ilusiones pálidas, adivinadas y dichas en su lenguaje de todos los días” (2014:8).
Roberto habla como ellos porque conoce su tono y sus preocupaciones. Porque son ellos, recupera Onetti de una conversación, quienes lo andan buscando por la calle, por la pensión. Casi al final de la introducción, el montevideano puntualiza:
“El tema de Arlt era el del hombre desesperado, del hombre que sabe -o inventa- que sólo una delgada o invisible pared nos está separando a todos de la felicidad indudable” (2014:16).
El domingo fui a comer de mis viejos. A la siesta visité una de sus bibliotecas, la que se arma en el estudio con libros distribuidos en la parte baja del mueble de Geller. Encontré la antología periodística de Miguel Briante publicada en una linda edición de Página/12 curada por Luis Chitarroni y Michèle Guillemont. Hojeando el índice, rápidamente llegué a dos títulos reverberantes: “Al final, parece que Arlt da lástima“ (6/1/1985) y “Dejen hablar a Onetti” (31/5/1994). Del primero de ellos, elegí la coda:
“Si en sus amigos socialistas o comunistas, como los Tuñón -sobre todo Enrique, el de Camas desde un peso- o el Barletta de Royal circo, estaba la protesta, la lucha romántica, y esa ternura que tenían para pintar la vida, en Arlt la anarquía individualista se convertía en una furiosa desmitificación del mundo, de todos los hombres, cualquiera fuera su condición. Con una voz en que se cruzan todas las voces, todos los acentos, toda la chatarra -como suele decir Piglia- en una infernal máquina de lenguaje” (2013:210).