#52. Derivas pop IV: Las antenas rojo carmesí
Cuarta reseña cruzada de un óleo, dos libros y una canción
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Atenti
Son las 21:49 del lunes y todavía no escribí el newsletter que estás leyendo (milagros de la ficción). Sé que habrá tres tópicos que se me fueron entrelazando. Así anoté con lápiz en mi agenda: MONTES (79) - MUNDIAL DE CLUBES - AGENDA. Luego, taché el segundo.
En fin, antes de jugar a tirar paredes, anticipo que la semana que viene… ¡¡¡Bicho redactor cumple un año!!! 🥳🍰🎁 Será tema del #53 hablar de gratitud, estadísticas y sorpresas. Ahora simplemente quiero que lo sepan y, si tienen ganas, dejen en la caja de comentarios o vía mail unas palabras sobre lo que significa BR para cada uno/a de Ustedes. La semana próxima voy yo ;)
Las antenas
Decía por aquí que vengo hablando solo. Volviendo a hacerlo. Notando una agudización del recurso (o la tara), Hoy lunes que tiro estas líneas a ver si hay pique, estoy disfrutando del primer día de mi merecida licencia anual ordinaria. Fui pateando durante un año y medio el pedido hasta que el bocho me dio señales en forma de abulia y desconcentración. Fue leve. Podría haber sido más duro, terminante. Decidí que, unos meses luego de estar mudado, era un tiempo considerable para estar en MI casa, con MIS gatos. Registré en mi agenda unos propósitos ligados al orden interno (alimentación) y externo (casa), además de tachar los eternos pendientes. No tenía en cuenta que vendría por mí, mi gran amiga, la soledad.
En una canción rítmicamente feliz, Manuel Moretti canta:
No aguanto más la soledad
¡Ya basta!
Me está rompiendo el corazón
¡Ya basta!
Voy a morir de inanición
¡Ya basta!
Voy a escribirte una canción
¡para no volverte a ver!
En un documento de Drive guardé un recuerdo inmediato, ráfaga loca de inspiración. Ese trozo de la canción empalma con precisión con una parte de Revolución turra (hit oculto en El salmón). Recomiendo empatar la parte citada con ese super inicio que tira Me gusta cuando estás / me gusta si te vas. ¿Qué dicen?
⏪ Soledad es una de las rolas de Estelares que más me gusta. Está en un gran disco: Las antenas. En la parte de atrás del booklet (el librito, ¿vio?), Moretti sostiene: “Las canciones han funcionado como antenas en nuestro devenir. Han sido nuestro faro y también el lugar donde pude volcar mi fragilidad respecto de una relación algo patológica con la soledad”.
Suspiro.
Tomo el libro con la poesía de Joan Baez. Lo abro y cierro, veloz, para sentir el olor a nuevo de sus páginas. El primer poema compilado en Cuando veas a mi madre, sácala a bailar (Seix Barral) se llama Adiós al baile en blanco y negro. Ojeo un fragmento:
Y unas antenas que detectaban todos los males que me acechaban
para protegerme del peligro mortal /…/
Rojo carmesí
Otro suspiro me deja en la página 79 de La flamenca (Seix Barral), libro de la escritora y pintora Ana Montes:
“Cuando Pedro no viene por varios días me olvido de usar la voz. Invento apodos en voz alta para mi pájaro como para no perder la costumbre de usar las cuerdas vocales: pajarito, pico loco, plumita, pechito. Hablarle y que me responda con su chillido agudo es la única forma de constatar mi propia existencia”.
En un par de sentadas lo liquido. Nobleza obliga, más de una sentada es, en realidad, una caminada. Cuando estoy disperso, no puedo retenerme en la silla: necesito salir de mí con todo lo que llevo puesto. Así se me va metiendo la historia de Emilia Gutiérrez por entre los pliegues de mi atención. Ana no deja de jugar en ningún momento. La nouvelle es un concierto de pequeños actos, casi como si fueran la comida del pájaro. Lo que leemos es un collage que se cruza con fragmentos de sus 38 cuadernos. Su madre, su padre, Pedro, ese ex esposo, aquel trabajo en otra ciudad, son salpicones en escena. Algo que dijo ese padre quedó grabado a fuego en esta mujer: “No miro los cuadros, miro tus ojos”. Si pudiera, Ana miraría nuestros ojos cuando leemos, cómo pintamos el óleo con sus colores.
El pocillo de café es la pintura de Gutiérrez que obsesiona al personaje de esta historia. Busco en Internet más información. Trepo hasta fines de 2021. El pocillo de café de Emilia Gutiérrez se titula la nota de Página/12. Firma Ana Montes. Allí da cuenta del proceso de adquisición de la obsesión nacida a partir del vacío dejado en la pared de su casa familiar por una obra (otra, no la referida) de la pintora argentina. Por demás de interesante es la pista que da, casi cuatro años antes de la publicación del libro, de una historia que escribió al respecto. ¿Por qué se valió del contrapunto reseña-ficción para abordar la obsesión con el cuadro y la autora? ¿Será que algo de lo “insoportable” (no aguanto más la soledad / ¡ya basta!) de la obsesión radica en no tener soporte, es decir, requerir más de un apoyo para aproximarse a una comprensión del asunto?
Foto: “El pocillo de café”, óleo sobre tela, 55 x 40 cm.
Me sienta cómodo sospechar que Montes adoptó una postura rabdomante montada en una docuficción poética. Claro, alguien dirá que lo que ella hace es una crítica ficcionada que se desgrana en prosa poética. Pero sería sesgado. No diría mucho sobre la mujer que vive en la casa de su abuela con su pájaro. Una mujer que tiene miedo y está -o se siente- sola. Una mujer que necesita que la vean. Tampoco de su obsesión-alucinación con el color rojo carmesí ni de la técnica doppelganger de superposición con la pintora nacida en 1928. Aunque, quizá, lo que más pueda contarse sea así, de ese modo híbrido: por acumulación y fuga. Por una operación de “deje y vaya”. Vuelva más tarde.
En este punto, digo, me gusta pensar al libro como work in progress. O un mar de soles rojos, ¿nocierto, Manuel? Así lo demuestra el poema que ¿termina de armarse? en la página 118 con citas de otros órganos vitales del libro. Así lo demuestra nuestro modo de vivir lo que nos toca. Así lo demuestra este newsletter que, calladito calladito, se acerca al añito con el grano de su obsesión intactito.