#7. Derivas pop I
Primera edición de un juego diaspórico entre dos o más canciones que, en principio, no tienen nada que ver
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pov
Son las 22 del primer lunes de septiembre. El cóctel medicamentoso me deposita suavemente en la habitación. No soy de esos que eligen la cama por sobre el sofá para cultivar el hábito lector, pero en esta ocasión rompo la regla. Avanzo en unas cuantas páginas del último libro de Gonzalo Garcés. No quiero apurar la conclusión: esto no es una carrera. No. Prefiero que leve o macere el deseo y empezar a duelar -como se dice ahora- arrancando Ruth. Paso del país, “refugiado”, a la casa de una reciente viuda relatada, con saltos poéticos que me aseguran la estadía en el libro, por Adriana Riva.
Este es el séptimo envío. Siete, número cargado si los hay. Derivo. Me permito la licencia del inicio: que favorezca un regate literario. Un suelto que parecía trabado o destinado a salir a las apurones. Pero hay otra razón -les aviso: tengo el vicio de la multicausalidad-. Esto puede que lo sepan porque les prometí una futura crónica sobre mi afición enfermiza por la tabla del tres: amo la matemática (un poquito menos que la lengua). Derivo de nuevo. Si sumo los componentes de mi fecha de nacimiento y agrego la hora exacta en formato PM -alguna trampita hay que hacer- adivinen a qué número llego… Siete.
derivarla
En La Biblia, léase el Diccionario Crítico Etimológico Castellano e Hispánico no está la palabra deriva. Eso me ofusca. Tanto me ofusca que uso este verbo que no tiene nada que ver conmigo. El enojo o el enfado (me gusta más el desenfado) extirpan el tumor de una palabra sin usar. Y luego la observamos con lupa hasta incorporarla. Así, al menos, me funciona a mí la-lengua-en-modo-habla. Aparte me parece loco que en un compendio que trata de explicar de dónde derivan términos de la diaria (y no tan diaria) justamente no esté esa palabra: deriva. Igual, hoy vamos a derivarla un poco.
Antes que nada, quiero presentarles esta ¿sección? (¿espacio? ¿intromisión? ¿juguete? ¿nivel?) que se irá intercalando cuando me pinte. Es como el summum de la diáspora. Su característica fundamental por ahora -porque muta- es que se trata de un cruce entre dos o más canciones que, en principio, no tendrían nada que ver. Pero en mi bocho generan una combustión; me vuelvo loco creyéndome el Dr. Frankenstein o, si me dan a elegir, el Dr. Hubert J. Farnsworth.
👮🏻♂️🛵🔫➕🚁
Partiendo el álbum en dos, con el dorsal número 4 entra a la cancha Día de los muertos. Titula el disco. Es la tercera entrega de la trilogía de EP’s que Él mató a un policía motorizado inició con Navidad de reserva. Leída con el tiempo, es la precuela de la historia que conocemos de Santi y sus amigos. Dejemos sonar la canción aproximadamente hasta los 7 segundos (como dijeran Los Rodríguez) y pongamos pause. Ahora bajemos al siguiente escalón y demos play a la segunda canción. Y que marchen juntas. ¿No les parecen hermanas?
Los Helicópteros es una banda 100% ochentera. Se atribuyen la creación de un subgénero llamado “música pep”. Tuvieron un éxito (Radio Venus) que permite calificarlos como one hit wonder. Pero en 2006 volvieron con un disco que es una masterpiece, tanto en arte de tapa como lírica e instrumentalmente, incluyendo las delicadas colaboraciones (desde Adrián Dárgelos hasta Peteco Carabajal pasando por Gabriela Epumer y Rubén Patagonia). Su cantante y compositor, Uki Goñi, tiene una dilatada carrera como periodista de investigación en los Estados Unidos; escribió, entre otros libros, El Infiltrado. La verdadera historia de Alfredo Astiz. Recomiendo prestarle mucha atención a la letra de esta canción que lleva por nombre Ninguna explicación.
ninguna explicación
(Casi) siempre dejo para el final la elección de la imagen. Este fue el mejor intento de Meta AI (sé que estás leyendo esto, pilla) ante mis reiterados estímulos para que se largue a dibujar un Farnsworth rockero. ¿Por qué le pedí eso? Ya lo cantaron Los Helicópteros.