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Bronca
Salgo de casa y voy a la librería. Compro dos planchas de stickers infantiles. Novecientos pesos. Última vez que recuerdo haberlo hecho: 4 de junio de 2021. Similitud: es viernes. Diferencia: hoy no me extrajeron sangre, sino que fui a la EPE (Empresa Provincial de la Energía) para pedir la baja del suministro. Similitud: vengo de tomar un café con leche y comer dos medialunas (bonus: jugo exprimido y soda). Diferencia: aquella vez fui a comprar stickers que tuvieran estrellas porque quería pegarlos en la camiseta si Colón, esa noche, salía campeón en San Juan (por suerte no la mufé, pero me ligué una retahíla de puteadas); en cambio, el viernes 11 de abril de 2025, compro una plancha de animales y otra de superhéroes. ¿Para qué? Para votar.
Suele hacerse el chiste de que en vez de ir a votar, uno a veces va a “botar”. No por elegir representantes de la bota santafesina, como este domingo, sino por echar a la basura lo que no sirve. Voto bronca… o algo así. Llego a estos comicios bastante cansado, más que de costumbre. Con bronca, con ganas de jugar. La marcha de la bronca, según vengo entendiendo, no va hacia aquellas personas que están en nuestras antípodas, sino, en todo caso, a aquellas que se supone representan lo que más o menos pensamos y sentimos. Hacia los primeros, rechazo, autoafirmación, soberbia (“¿te dije, eh?”). Hacia los segundos, bronca y decepción. Porque no están a la altura. Porque, al final, no les importa tanto. Igual los ves ahí, impávidos y duros, en un cartel que no deja de mirarte ni un segundo. “Vote por él, él votaría por Usted”, supo decir el Alcalde Diamante.
Cabrón
Me cruzo de cuadra para evitar los papeles. En la peatonal, la muchedumbre no me deja opción. Igual hago que no con el dedo, rechazo el volante. Broncabronca pronuncio para mis adentros, jugando con la publicidad que encontraba en la palabra “mortadela” el amor (seguro que no será amor hacia el pobre cerdo, sometido a toda una serie de padecimientos desde su venida a esta pesadilla de mundo). Broncabronca. Encuentro la palabrita y me fascina. Soy un cabrón eludiendo promesas sobre el bidet del presente.
“Debe ser Halloween” (Richter)
Camino con la cabeza gacha. En los años electorales suelo volver a la postura cabizbaja de mi adolescencia para que no me abrumen candidatos. No les creo ni me interesa pensar en creerles. El futuro es otra cosa. Ellos me miran y se ríen. Algunos ponen cara mala. Otros parecen buenos tipos. Miro para abajo, pateo la calle. Chuteo un volante (pero no es gol). Tendría que evaluar caminar con los ojos cerrados. Suena una canción que alguna vez me gustó con la letra cambiada en favor de una (eterna) candidata a pesar de su juventud. Al toque, otro spot con una canción que no me gusta para nada. Necesito el silencio previo a dormir. Aunque me asalte el tinnitus, prefiero los grillos internos a esto. Doblo, cruzo hacia casa.
Gánico
En las escuelas se debería hablar (más) de Federico Manuel Peralta Ramos. Para una persona que tenga menos de 50 años no existe la posibilidad de haberlo visto con Tato Bores y, convengamos, su figura escapa al consumo irónico. Afortunadamente. Sino se correría el riesgo de manosear su halo. Salvo que uno se avenga al campo de las artes plásticas, es muy difícil dar con él. Yo llegué a FMPR por una canción de Calamaro (PNSURHQSUR) que me sirvió como caso testigo en mi tesis sobre intertextualidad. Gracias, Andrés, por la frase. Y apurarme una sonrisa.
No me propongo resumir a Federiquito en estas líneas, sería injusto con su totalidad. Me quedo con la brújula de Horacio Zabala en la magnífica multibiografía coral de Esteban Feune de Colombi (“Del infinito al bife”, Caja Negra, 2019): lo ubica dentro de conceptos de aquella época como “arte de acción”, “señalamiento”, “accionismo”. Eso nos desobliga, por hoy, de profundizar en el huevo, la Beca Guggenheim hecha asado y el toro campeón. También de sus conductas en bares y calles de Buenos Aires, o sus frases eternas dichas al aire o escritas de repente. Ahora nos sirve subrayar una de sus fundaciones (no la de Mar del Plata, esa le corresponde a su tatarabuelo Patricio): la religión gánica. Son veintitrés los mandamientos que hace poco recordé en mi visita a un nuevo espacio artístico en la ciudad de Santa Fe, llamado justamente Casa Gánica. Elijo un puñado para justificar mi intervención demogánica:
9) Vivir poéticamente
11) Tratar de divertirse todo el tiempo
13) No endiosar nada
16) Jugar con todo
21) Despreciar todo
22) No mandar
Y, si me dejan, propongo cambiar el orden de los factores para alterar el producto. Que la “l” y la “n” hagan el enroque; en vez de anulado, mi voto es alunado. Como yo.
“Canción del atardecer” (Diego Frenkel)
Bichos y bichos
Mi querido poemario, Bicho sin dueño, atraviesa la segunda etapa de su viaje por los portales y medios de comunicación de distintos lugares. Punzado por las preguntas del colega Juani Novak, reflexioné en torno a muchos incisos planteados, de forma deliberada o no, en el libro. Se lee por aquí.
Días atrás, la ciudad de Rafaela se anotició de BSD por la nota + entrevista de Fiorella Martín. Va el link, agradeciendo el generoso espacio a ella y las gestiones de Pedro.
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